miércoles, 23 de septiembre de 2015

Sopor. Hedor. Bacterias. Frustación.

Los días se van sucediendo, las lluvias de invierno frías y desamparadas van olvidándose al llegar la humedad primaveral.

Brotan las alergías y también las alegrías. Abuelas que compran flores, que se marchitan con los primeros calores.

Ramos de San Vicente, fresías baratas, jazmín paraguayo. Olores de Floresta, trámites hemorrágicos.

Negro recorre diariamente el mundo nauseabundo de algodones empapados y llantos adolescentes.

El geriátrico cerró, con faja de clausura, por tiempo indeterminado. Mirta, la enfermera que imita a una estrella de rock consiguió por contactos un taller de abortos clandestinos, asique ahí fue Negro, con toda su quietud facial a cambiar sábanas, a limpiar pisos. Era un gran cambio. Los pañales de los abuelitos lo tenían a mal traer. Estaba conforme. Se fumó la mitad de un porro con su prima en la estación. Llegó a casa. Se baño y se durmió. Sin entender mucho los movimientos cósmicos que lo conducen a la muerte.

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